José Salazar
Noticias
Las plegarias morirán en sus labios. Con él, los cantos y rezos de la tierra se perderán. Hatchakium, Kanankash, Itzaná, Akna, Kak, serán sólo un recuerdo. Se hablará de ellos, de quiénes fueron, y lo que representan para su cultura, pero no regresarán más a la tierra del hombre verdadero, dejarán de escuchar sus voces, de interceder por ellos.
El copal se petrificará, nadie beberá ni preparará más la bebida sagrada “Balché”, las representaciones de los dioses mayas se alzarán en su lugar de descanso, y cuando el rezador dé su último alarido no habrá más. Pasarán tres días, en su tumba sus hijos colocarán una especie de cal –donde su espíritu hará una figura- al descifrarla sabrán porqué murió: por enfermedad o porque los dioses no lo ayudaron.
Desconocíamos el camino, sin la menor idea de las horas que viajaríamos para conversar con el hombre que camina descalzo, vestido con una túnica blanca. Heredero del misticismo, de creencias que se han perdido con el tiempo, o que la religión les ha hecho olvidar, siendo él, el único que se resiste a hacerlo.
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Las plegarias morirán en sus labios. Con él, los cantos y rezos de la tierra se perderán. Hatchakium, Kanankash, Itzaná, Akna, Kak, serán sólo un recuerdo. Se hablará de ellos, de quiénes fueron, y lo que representan para su cultura, pero no regresarán más a la tierra del hombre verdadero, dejarán de escuchar sus voces, de interceder por ellos.
El copal se petrificará, nadie beberá ni preparará más la bebida sagrada “Balché”, las representaciones de los dioses mayas se alzarán en su lugar de descanso, y cuando el rezador dé su último alarido no habrá más. Pasarán tres días, en su tumba sus hijos colocarán una especie de cal –donde su espíritu hará una figura- al descifrarla sabrán porqué murió: por enfermedad o porque los dioses no lo ayudaron.
Desconocíamos el camino, sin la menor idea de las horas que viajaríamos para conversar con el hombre que camina descalzo, vestido con una túnica blanca. Heredero del misticismo, de creencias que se han perdido con el tiempo, o que la religión les ha hecho olvidar, siendo él, el único que se resiste a hacerlo.
EL DESTINO: NAHÁ
Varias horas han paso, la cuidad ha quedado atrás; la cinta asfáltica había desaparecido, los pueblos conocidos sólo eran un recuerdo, faltaban 30 minutos para llegar a una desviación conocida como carretera fronteriza, la cual nos llevaría a la última parada para cargar combustible, Shankalá.
—Las condiciones para viajar son bajo su responsabilidad, porque no existía la seguridad de que aceptará la entrevista, en caso de que acepte le tienen que dejar algo, despensa o efectivo, así los tienen acostumbrados —esas fueron las palabras del médico veterinario de la secretaría, con quien se había hablado para el viaje.
—Esa, entre varias cosas, era una de mis preocupaciones.
Al estar en Nahá no se siente la diferencia entre los ejidos que han quedado atrás, la diferencia es que no hay caballos, pero las casas donde habitan los lacandones están hechas de madera, en la entrada se aprecia una de las 22 lagunas que existen en el lugar, muchos de ellos, los hijos de los hijos, se han cortado el cabello o profesan el cristianismo.
Pasaban más de las seis de la tarde, cuando el automóvil se detuvo frente a las casa número 22, bajo un árbol que nos cubría de la intensa lluvia, él no estaba en su casa
—Está en su templo —dijo una persona al parecer era unos de sus hijos. Su templo está detrás de mi casa, para qué lo buscan.
—Queremos hablar con él.
—No sé si quiera, está cansado, porque ha sido una semana de rezos, por los restos de Gertrudis Dubis. Preparó balché, pero hay que hablarle para que los reciba mañana, para que no se vaya a la milpa, que está a una distancia de tres kilómetros.
Su templo, el lugar donde hace contacto con los dioses de los hombres verdaderos, es una palapa de 10 por cinco metros, cubierto con palma a la que ellos de llaman “Guano”, allí se encontraba el líder espiritual de los lacandones de Nahá, Antonio Chankin (pequeño sol), tomando la bebida sagrada en una jícara. Hablaríamos al amanecer.
—Las condiciones para viajar son bajo su responsabilidad, porque no existía la seguridad de que aceptará la entrevista, en caso de que acepte le tienen que dejar algo, despensa o efectivo, así los tienen acostumbrados —esas fueron las palabras del médico veterinario de la secretaría, con quien se había hablado para el viaje.
—Esa, entre varias cosas, era una de mis preocupaciones.
Al estar en Nahá no se siente la diferencia entre los ejidos que han quedado atrás, la diferencia es que no hay caballos, pero las casas donde habitan los lacandones están hechas de madera, en la entrada se aprecia una de las 22 lagunas que existen en el lugar, muchos de ellos, los hijos de los hijos, se han cortado el cabello o profesan el cristianismo.
Pasaban más de las seis de la tarde, cuando el automóvil se detuvo frente a las casa número 22, bajo un árbol que nos cubría de la intensa lluvia, él no estaba en su casa
—Está en su templo —dijo una persona al parecer era unos de sus hijos. Su templo está detrás de mi casa, para qué lo buscan.
—Queremos hablar con él.
—No sé si quiera, está cansado, porque ha sido una semana de rezos, por los restos de Gertrudis Dubis. Preparó balché, pero hay que hablarle para que los reciba mañana, para que no se vaya a la milpa, que está a una distancia de tres kilómetros.
Su templo, el lugar donde hace contacto con los dioses de los hombres verdaderos, es una palapa de 10 por cinco metros, cubierto con palma a la que ellos de llaman “Guano”, allí se encontraba el líder espiritual de los lacandones de Nahá, Antonio Chankin (pequeño sol), tomando la bebida sagrada en una jícara. Hablaríamos al amanecer.
SE ACABÓ EL CAMINO
Se establecían en la selva. Cuando la leña, la pesca y el agua empezaban a escasear o se sentían amenazados, se cambiaban de lugar, comenta Antonio Chankin, sentado en una silla, frente a una mesa. Tiene más de 86 años, pero su cabello largo y ondulado no tiene canas, es moreno, de rasgos marcados por los años, cuando habla se siente un olor a pollo, apenas unos minutos antes había terminado de desayunar.
—El último lugar donde estuvimos, la tierra de nuestros antepasados, se llama la Arena, después nos establecíamos en un lugar uno o dos años, y continuábamos; ahora no podemos irnos, no hay más lugar, hay mucha gente, no se puede más, no hay para dónde ir. Ahora no dejo mi luz, porque me gusta mucho, ante pura vela de ocote, así nos movíamos en la noche, por eso nos picaba la culebra.
Todo ha cambiando, muchos se visten diferente, quieren que use pantalón, pero no me gusta, porque me acostumbré así, con esta ropa quiero morir, mi cabello no lo corto porque no me gusta, porque me da frío.
—¿Cambiar la ropa, cortarse el cabello, va en contra de lo que son?
—Pues si hay algo que te gusta no, si no te gusta sigues como estás, esa es la costumbre de los hijos, pero yo no, eso va en contra de mis costumbres, de lo que me enseñaron, lo que aprendí de mi suegro Chan Kin Viejo, pero yo no puedo interferir en los demás, ellos deciden.
—¿Qué es lo que aún se mantiene?
—El balché, que es la bebida sagrada, ese es mi trabajo, se habla maya, eso sigue todavía. No sé mucho español, porque no lo necesitábamos, no habían maestros ni siquiera jabón, lavábamos nuestra ropa con una cal, nos bañábamos con limón, nos limpiábamos bien.
—¿Cómo fueron sus primero años, en lo que ahora es Nahá?
—Veníamos en grupo con mi suegro Chan Kin Viejo, no había gente, la tierra era libre, verde, si uno se aburría de estar en un lado, levantaba su casa, se mudaba a otro lugar, luego quienes vivían dispersos se unieron. Pero el mal empezó con la llegada de los hombres blancos, no sabíamos que era el dinero, ellos nos traían regalos a cambio de nuestras cosas: piedras, arcos, o barro; nos dimos cuenta que éramos pobres, nos dejó de gustar los que hacíamos, empezamos a querer algo que no necesitábamos, y para conseguirlo era necesario el dinero.
—¿Después de la muerte de Chan Kin Viejo, usted fue el único que aprendió sus conocimientos, hay alguien que se quede cuando usted muera?
—Pues los hijos de los rezadores, pero los que heredaron los templos y las ceremonias las han abandonado en cuevas, han adoptado alguna religión. Por eso es que en la comunidad hay templos cristianos, evangélicos que los han cambiado ofreciéndoles una mejor vida, porque les dicen que ellos adoran al diablo, que necesitan destruir las representaciones para salvarse; les cortan el cabello, les cambian la ropa, matan al lacandón. Vienen y me dicen que cambie, que mi dios es falso, les digo que no, que yo tengo un dios aparte, que los respeto, por eso tienen que respetar en lo que creo, somos dos hombres diferentes, ellos los de las máquinas, la contaminación, fueron creados por Akianto, y el hombre verdadero creado para vivir con la naturaleza, creados por Hatchakium. Hay varios dioses, el dios del maíz, de la lluvias… pero ahora sólo yo rezo, no hay otro, no hablan con los dioses, si no hay dios, no hay comida, mi suegro así me lo dijo, tienes que pedir a los dioses por el bien del pueblo, a Kanankash, Hatchakium, Itzaná, Akinchop, un dios único que cuida al lacandón.
—El último lugar donde estuvimos, la tierra de nuestros antepasados, se llama la Arena, después nos establecíamos en un lugar uno o dos años, y continuábamos; ahora no podemos irnos, no hay más lugar, hay mucha gente, no se puede más, no hay para dónde ir. Ahora no dejo mi luz, porque me gusta mucho, ante pura vela de ocote, así nos movíamos en la noche, por eso nos picaba la culebra.
Todo ha cambiando, muchos se visten diferente, quieren que use pantalón, pero no me gusta, porque me acostumbré así, con esta ropa quiero morir, mi cabello no lo corto porque no me gusta, porque me da frío.
—¿Cambiar la ropa, cortarse el cabello, va en contra de lo que son?
—Pues si hay algo que te gusta no, si no te gusta sigues como estás, esa es la costumbre de los hijos, pero yo no, eso va en contra de mis costumbres, de lo que me enseñaron, lo que aprendí de mi suegro Chan Kin Viejo, pero yo no puedo interferir en los demás, ellos deciden.
—¿Qué es lo que aún se mantiene?
—El balché, que es la bebida sagrada, ese es mi trabajo, se habla maya, eso sigue todavía. No sé mucho español, porque no lo necesitábamos, no habían maestros ni siquiera jabón, lavábamos nuestra ropa con una cal, nos bañábamos con limón, nos limpiábamos bien.
—¿Cómo fueron sus primero años, en lo que ahora es Nahá?
—Veníamos en grupo con mi suegro Chan Kin Viejo, no había gente, la tierra era libre, verde, si uno se aburría de estar en un lado, levantaba su casa, se mudaba a otro lugar, luego quienes vivían dispersos se unieron. Pero el mal empezó con la llegada de los hombres blancos, no sabíamos que era el dinero, ellos nos traían regalos a cambio de nuestras cosas: piedras, arcos, o barro; nos dimos cuenta que éramos pobres, nos dejó de gustar los que hacíamos, empezamos a querer algo que no necesitábamos, y para conseguirlo era necesario el dinero.
—¿Después de la muerte de Chan Kin Viejo, usted fue el único que aprendió sus conocimientos, hay alguien que se quede cuando usted muera?
—Pues los hijos de los rezadores, pero los que heredaron los templos y las ceremonias las han abandonado en cuevas, han adoptado alguna religión. Por eso es que en la comunidad hay templos cristianos, evangélicos que los han cambiado ofreciéndoles una mejor vida, porque les dicen que ellos adoran al diablo, que necesitan destruir las representaciones para salvarse; les cortan el cabello, les cambian la ropa, matan al lacandón. Vienen y me dicen que cambie, que mi dios es falso, les digo que no, que yo tengo un dios aparte, que los respeto, por eso tienen que respetar en lo que creo, somos dos hombres diferentes, ellos los de las máquinas, la contaminación, fueron creados por Akianto, y el hombre verdadero creado para vivir con la naturaleza, creados por Hatchakium. Hay varios dioses, el dios del maíz, de la lluvias… pero ahora sólo yo rezo, no hay otro, no hablan con los dioses, si no hay dios, no hay comida, mi suegro así me lo dijo, tienes que pedir a los dioses por el bien del pueblo, a Kanankash, Hatchakium, Itzaná, Akinchop, un dios único que cuida al lacandón.
UNA VIEJA HISTORIA
Hace muchos ayeres, en Nahá, convivían tres rezadores: Mateo Viejo, Chan Kin Viejo, Antonio Chan Kin, compartían un mismo templo, pero cada uno le rezaba a un dios maya diferente, pero poco a poco se fueron, los dioses de la tierra y del inframundo los reclamaron, Mateo fue el primero en partir, antes de despedirse le pidió a Antonio que le rezara a sus dioses, él aceptó. Chan Kin Viejo murió con el miedo de que el dios no se diera cuenta de su buena vida, y no le permitiera reencarnar en un águila.
Antonio sigue vivo, tiene miedo que el mundo se acabe, será en un año, lo vio en un sueño; mientras eso pasa continúa con su vida, viendo cómo poco a poco los rezos a los dioses son menos, porque una sola voz es frágil, con el tiempo los dioses no vendrán más a su templo.
— ¿Por qué los lacandones no quieren rezar?
—Porque rezar implica pureza, para rezar no se tiene que dormir con la esposa durante muchas semanas, no besarse, no tocar nada que los demás agarraron, no tocar el miembro, meterse la mano en la nariz.
El rezador tiene que estar purificado, porque cuando no lo hace el dios lo siente, estar en contacto con ellos cuesta mucho, se requiere disciplina, por eso los jóvenes no quieren, hablar con ellos puede durar hasta 15 días, el cuerpo no tiene que tener olor.
Otros lacandones han llegado a aprender, pero sólo por proyectos, o para hacerlo por dinero… pero no les funciona, nunca aprenden, el dios no los quiere, se da cuenta, nunca llega, ser rezador es estregar una vida, conocer las plantas medicinales, las plegarias a los dioses, tener bien el templo, ser un hombre limpio, conocer las historias, y hablar con el dios para que indique el lugar donde se tiene que invocar.
Antonio sigue vivo, tiene miedo que el mundo se acabe, será en un año, lo vio en un sueño; mientras eso pasa continúa con su vida, viendo cómo poco a poco los rezos a los dioses son menos, porque una sola voz es frágil, con el tiempo los dioses no vendrán más a su templo.
— ¿Por qué los lacandones no quieren rezar?
—Porque rezar implica pureza, para rezar no se tiene que dormir con la esposa durante muchas semanas, no besarse, no tocar nada que los demás agarraron, no tocar el miembro, meterse la mano en la nariz.
El rezador tiene que estar purificado, porque cuando no lo hace el dios lo siente, estar en contacto con ellos cuesta mucho, se requiere disciplina, por eso los jóvenes no quieren, hablar con ellos puede durar hasta 15 días, el cuerpo no tiene que tener olor.
Otros lacandones han llegado a aprender, pero sólo por proyectos, o para hacerlo por dinero… pero no les funciona, nunca aprenden, el dios no los quiere, se da cuenta, nunca llega, ser rezador es estregar una vida, conocer las plantas medicinales, las plegarias a los dioses, tener bien el templo, ser un hombre limpio, conocer las historias, y hablar con el dios para que indique el lugar donde se tiene que invocar.