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Se establecieron en 64 hectáreas que adquirieron en dos mil pesos, cada una; hoy son más de cuarenta familias, quienes para producir chayote (principal actividad económica), se tienen que endeudar dos, tres, seis años y toda una vida.
En el ejido la Ciénega, una de las 14 comunidades indígenas de Ixtapa, padecen pobreza extrema; si embargo, no han sido reconocidas como tales por los tres niveles de gobierno, dice Mariano Santiz Santiz, “esa falta de reconocimiento es la que nos tiene sumidos en la miseria”.
Para llegar a la comunidad se recorre un camino de terracería, donde no hay ninguna señal de tránsito. El descenso al lugar es peligroso por la tierra suelta.
Al pasar por una curva se observa una plataforma (Tapesco) construida con palos y alambre en los que se enreda la mata de chayote; los frutos verdes cuelgan como si fueran esferas.
Extensos tramos de manguera negra tiradas en el suelo son utilizadas como sistema de riego; avientan el agua sobre el sembradío proveniente del manantial. En la parte más alta se ubican las viviendas hechas de adobe, madera, lámina y piso de tierra.
Al decender del automóvil las moscas vuelan y se pegan en la ropa, revolotean como enjambre; no hay un lugar donde tirar la basura, tampoco drenaje y letrina. Por eso hay mucha mosca, dice Santiz, representante de la Ciénega.
Él, de cabello negro, con arrugas, de 45 años, viste una playera blanca, pantalón negro, botas de hule, usa un sombrero, en la mano derecha lleva un reloj de oro, en el centro donde van las manecillas, sobre sale la imagen de Jesús y la Virgen María.
Tiene nueve hijos, sólo un varón, las demás mujeres están casadas, le cuesta mucho hablar español, las personas del lugar hablan su lengua materna Tzotzil; como puede responde a las preguntas.
Son las nueve de la mañana, no veo niños,
— ¿No hay niños?
— Si hay, son 32
Miro a mi alrededor, recargo el cuerpo sobre las tablas de un pequeño cuarto. Poco a poco los hombres que estaban trabajando en la limpieza y recolección, empiezan a llegar.
— ¿Los niños se fueron a la escuela?
— No, no vino el maestro, casi ni viene, y la escuela está a sus espaldas.
Vuelvo la vista, a través de los espacios que hay entre las tablas se observan las bancas, unas láminas del cuerpo humano, en el pizarrón una frase que dice: el perro ladra en la noche.
Santiz grita y los niños, como pollitos cuando les tiran el maíz, llegan corriendo. El salón está cerrado, nadie tiene la llave; mandan a buscar un martillo para arrancar la bisagra, abren la puerta y entran.
Los infantes se sientan en las bancas, están descalzos, enfermos de grípa, los estómagos inflados, con las caras llenas de lodo y lagañas. Sus papás se acomodan en el piso de tierra, empiezan a platicar sobre las carencias, la falta de apoyo y el desconocimiento como indígenas de parte de la autoridad.
— ¿De donde viene el coyote?
—Son compradores que viven en Ixtapa, que les prestan a los pobladores de 10 a 40 mil pesos, para que estos puedan cosechar, y dependiendo de la deuda y del precio que les imponga por el producto, les llegan a pagar de cinco a diez pesos por caja.
— ¿Cuándo terminan de pagar la deuda?
—Cuando el precio del producto sube y nos va bien, ese mismo año, pero si el precio es bajo, pueden pasar varios años.
Ganan lo necesario para vivir, duermen en el piso y cocinan en condiciones insalubres. Cuando una persona se enferma hay que trasladarla a la cabecera municipal para su atención.
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