domingo, 22 de febrero de 2009

El Fin es el Medio

SARELLY MARTINEZ MENDOZA

Cuando una universidad se deja en manos de un político, lo académico pasa a segundo plano.

La muestra es la Universidad de Ciencias y Artes del Estado de Chiapas (Unicach), con un rector más interesado en promover su imagen que la de su institución.

Si se revisan los medios, Roberto Domínguez Castellanos rivaliza en publicidad con el gobernador Juan Sabines.

La promoción de su imagen obedece a sus intereses vinculados a la política, de lo contrario se hablaría de la universidad, de sus docentes e investigadores que los hay de mucha calidad.

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En mi pueblo, como en casi todos los pueblos de Chiapas, una opción para no trabajar de jornalero, era estudiar la normal y convertirse en profesor de primaria.

Era, además, una vía rápida para agenciarse un empleo, pues los estudios se cursaban en sólo cuatro años.

Las exigencias, para los futuros educadores de la niñez chiapaneca, eran prácticamente nulas, con pachangas permanentes y plantones de hasta seis meses que acortaban los años escolares en cursitos intensivos de algunas cuantas semanas.

Los profesores dedicados con misticismo a la educación empezaron poco a poco a ser sustituidos por esas oleadas de nuevos profesores, hechos al vapor y sin cariño por su profesión; sin ánimos de leer y sin ganas de enseñar.

Estaban tan acostumbrados a la vida citadina, que preferían estar en paro en el Parque Central, que desquitar su sueldo en comunidades perdidas de la selva. Aquí vivían felices bloqueando calles y pintando una cantidad infinita de maldiciones y condenas al imperialismo yanqui y al "govierno" corrupto con todas las faltas de ortografías posibles de imaginar.

Eso sí, regresaban al pueblo con alguna carcachita y con dinero suficiente para invitar cervezas a los amigos pobretones y para reconstruir la casa, ya casi derrumbada, de sus padres.

Si una persona, incluso con coeficiente retardado, podía salir airoso en las normales trasatlánticos con profesores barcos y, además, contar con un trabajo asegurado y bien pagado, ¿quién podría desdeñar tan brillante destino? Casi nadie.

Y hay pueblos, casi en su totalidad, que su economía se mueve por la cantidad infinita de profesores que vive en su territorio. Sin ellos, esos pueblos ya habrían desaparecido o serían de emigrados, habitados sólo por mujeres, niños y ancianos.

El que las normales hayan abierto las puertas de forma indiscriminada creó un problema severo en la educación, pues convirtió a revoltosos y buenos para nada, en ilustres profesores, que no pudieron ni quisieron cumplir con su tarea educativa. Recuerdo que un muchacho, que ha de haber nacido alcohólico, probó suerte como profesor. Se la pasaba más tiempo en las cantinas del pueblo que en su escuela que estaba perdida en yo no sé qué lugar del entonces inaccesible Malpaso.

Sin ánimos de anclarse en las comunidades, los profesores aprovechaban cualquier paro -que entonces eran muy frecuentes- para reencontrarse con sus compañeros de escuela y proseguir parrandas no concluidas.

Los viejos profesores, por el contrario, se habían quedado, casado y procreado, en los pueblos que les tocó en suerte trabajar.

Un funcionario de la SEP al ver esta mística perdida, creó las dobles plazas para los profesores de comunidades rurales. De esa manera, pensó, al estar ocupado por la mañana y por la tarde, se enraizarían y se comprometerían con los habitantes; orientarían al ejidatario y serían un vehículo de progreso en su región.

Pero no. Cuando ya sentían asegurada la doble plaza, iban dando pasitos para acercarse a las ciudades. Al final todos quedaron en San Cristóbal, Comitán, Tapachula y Tuxtla.

La movilidad social más efectiva lo era ser profesor. Muchos de ellos, ante la falta de espacios en las normales, estudiaron pedagogía o ciencias de la educación, y por azahares de la vida se convirtieron en maestros de telesecundaria, quizá los mejores pagados en la educación.

Pero esos espacios se cerraron abruptamente.

Algo se debe hacer en las normales y universidades porque no es posible tener una población tan enorme, estudiando disciplinas de educación, cuando las oportunidades en la docencia han escaseado. Y es que desgraciadamente, un estudiante de ciencias de la educación, sólo tiene en mente obtener una plaza de profesor, como si esa fuera la única opción de trabajo para un egresado en estas disciplinas.

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Después de leer la nota de Héctor Estrada sobre la enorme cantidad de billetes falsos que circulan en Chiapas, me acordé que el año pasado fui víctima de esos estafadores.

Lo que me preocupó es que uno de esos billetes lo recibí de un cajero. Pensé en la posibilidad de ir al banco y reclamar, pero sólo de pensar el tiempo que perdería opté por utilizar ese billete como material didáctico. Lo mostré a mis hijos, a mi mujer, a mis padres y a mis vecinos para que conocieran la textura del papel, más grueso que el normal, y hasta con partes abrillantadas.

A excepción de mis hijos, todos me comentaron que alguna vez habían recibido un billete falso, sobre todo de a cien o de 200, y que mi historia era una historia repetida que ya la habían padecido.

sarellym@gmail.com

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